La dislexia es un trastorno del neurodesarrollo, específico de aprendizaje en la lectura y en la expresión escrita, que afecta la habilidad para recibir y procesar información relacionada a la comprensión o uso del lenguaje de forma adecuada. 

Además, según la psicóloga clínica María Rolón Martínez, se relaciona a déficits en procesos fonológicos, léxicos y de memoria verbal, y con comorbilidades, entre las que figuran dificultades en el habla y lenguaje, trastornos del déficit de atención y problemas de conducta, entre otros trastornos del aprendizaje. 

Rolón Martínez enfatizó que si la dislexia no se atiende, puede resultar en bajo desempeño académico, fracaso escolar y deserción escolar. Incluso, de acuerdo con su experiencia, de no ser atendida, la persona puede evitar estudios universitarios, ser más susceptible a caer en el desempleo y tener bajo ingreso.

Por esta razón, apuntó a la importancia del apoyo familiar y la intervención temprana.

¿Cómo apoyar a un menor con dislexia?

De acuerdo al Instituto Nacional de Salud, uno de cada cinco niños tiene dislexia. 

Una paciente de dislexia entrevistada por Es Mental y quien prefirió no ser identificada, confesó que su primera sesión de terapia para atender el trastorno fue a los 5 años. 

En este caso, aunque era muy pequeña como para ponerle nombre a su dificultad, acudía a terapias en las que le pedían leer a voz alta mientras le grababan y le daban sugerencias para el manejo de la dislexia. Explicó que en ese entonces, a los 5 años, no sentía que las terapias ayudaban a la dificultad que tenía. 

Sin embargo, recordó que no fue hasta que entró a escuela intermedia que le verbalizaron oficialmente que había sido diagnosticada con el trastorno. 

Por su parte, Rolón Martínez destacó que, tal como en este caso, en muchas ocasiones, los niños se inundan de terapias, tutorías y tareas y no tienen tiempo de desarrollo socioemocional, ni disfrutar la niñez haciendo cosas que no se relacionan directamente con su diagnóstico. Por este motivo, advirtió que el tiempo de esparcimiento y ocio es importante; compartir en familia y con amistades.

Todos los modelos de intervención basados en evidencia integran a los padres en el proceso, mencionó Rolón Martínez al comentar que es necesario proveer al menor herramientas para manejar la manifestación de los síntomas, educarlos sobre el diagnóstico y comunicarles lo que es esperado para minimizar las frustraciones. 

Comentó que es esencial apoyar al niño o niña en el desarrollo socioemocional, que incluye manejo de emociones, autoconciencia, habilidades sociales, destrezas importantes para manejar la frustración y comprender la diversidad. Sugirió la integración a grupos de apoyo tanto para la familia como para el o la menor.

Recomendó las aplicaciones o juegos que ayudan al niño a practicar estas destrezas diariamente y con motivación, buscar el balance haciendo cosas que disfrutan.

El diagnóstico

“Tenía dificultad leyendo. Me ponía nerviosa al tener que leer o hablar en público porque, para no errar, leía lento”, comentó la joven estudiante de Ciencias Animales al admitir que su disgusto interno era mayor que el prejuicio de los demás, pues nunca fue tratada diferente por tener el trastorno.

De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM5, por sus siglas en inglés y versión más reciente), la dislexia se puede manifestar a través de una dificultad en el aprendizaje y en la utilización de las destrezas académicas, que han persistido durante 6 meses o más, a pesar de las intervenciones dirigidas a estas dificultades. 

Para la universitaria de 23 años, la dislexia equivalía a vivencias como entregar un exámen pensando que había respondido una pregunta con la opción B, luego recibir la calificación del mismo y darse cuenta de que había escrito la opción D. Destacó que algunos profesores entendían su dificultad, pero otros no.

Por otro lado, a veces le pedían que apuntara un número de teléfono y lo apuntaba incorrectamente, se tarda más en registrar y analizar los textos que lee para sus clases o tenía que leer las lecturas varias veces para asegurarse de que haya entendido, ejemplificó al describirlo como una respuesta involuntaria. 

Sin embargo, dijo que ha aprendido a manejar mejor su dislexia y que tenerla le trajo a apasionarse por los números y las matemáticas, pues tiende a confundir más las letras que los números.

Asimismo, un estudio de la Universidad de Yale probó que, aunque los menores con dislexia pueden tener dificultades tanto con números como con palabras, son más susceptibles a ser dotados en las matemáticas.

Según la experiencia de Rolón Martínez, la dislexia usualmente se diagnostica cuando la carga académica es mayor de lo que el niño puede manejar. Es decir, cuando ya el material y las tareas son muy difíciles para hacer y usan mucho tiempo y esfuerzo para poder hacerlas, pero aún con el esfuerzo no lo hacen correctamente.

Su experiencia indica que la mayoría de los casos se diagnostican entre los 8 y 10 años. Sin embargo, tal como el caso entrevistado, comentó que se pueden identificar desde inicios de sus etapas preescolares, como a los 3 años, que comienzan a desarrollarse las destrezas del lenguaje hablado y escrito. 

Por otro lado, criticó la tendencia de sobrediagnosticar o mal diagnosticar la dislexia en poblaciones pobres, carentes de apoyo familiar y niños cuyo primer idioma no es el español. 

Mientras, de acuerdo con la Biblioteca Nacional de Medicina desde los 1960 existe la creencia de que hay un sobrediagnóstico de la dislexia, pues es considerado por muchos estudios, incluso algunos realizados en el 2017, como una cripto patología sobre diagnosticada y apenas entendida.

De hecho, ejemplifica casos donde algunos psicólogos académicos, que desconocen las señales de alerta, en búsqueda tranquilizar a padres, madres o encargados ansiosos por el desempeño académico de su hijo o hija erran en el diagnóstico”.