«Cuando en la vida se sufre una herida.
Porque se pierde sangre querida.
En ese momento, coge el destino en tu mano, echa pa’ lante mi hermano con la ayuda de nueva sangre» – extracto del tema «Indestructible» de Ray Bareto.
¿Solo? ¿Yo? Jamás…
Desde que fui concebido, nunca he estado solo.
Los nueve meses de gestación de mi madre biológica los compartí con mi hermano gemelo fraterno, Jorge Gerardo, hasta que un 22 de septiembre de 1980, nacimos en Medellín, Colombia.
Por alguna extraña razón que aún desconocemos con exactitud, mi hermano y yo terminamos en el orfanatorio La Casita de Nicolás, en Medellín.
Seis meses más tarde del alumbramiento, Jorge Muñiz y Carmen Belén Ortiz, un cagüeño y una aiboniteña, viajaron desde la Isla del Encanto a Medellín para culminar un proceso de adopción de mi hermano y yo.
Eso fue una doble bendición. ¿Por qué lo digo? Primero, por el regalo de ser adoptado y, segundo, porque nos adoptaron juntos.
Las etapas de infancia, niñez, adolescencia y juventud las disfrutamos los cuatro juntos, hasta que mi hermano se fue a estudiar a Estados Unidos. Esa fue nuestra primera separación como hermanos gemelos.
No fue fácil la separación por la distancia, pero había que aceptarla y enfrentarla, tal y como estoy haciendo ahora con mi diagnóstico de cáncer, y en cuya circunstancia nunca me he sentido solo. La soledad no es lo mismo que estar solo. Claro que han habido momentos en que quiero estar solo para tener tiempo para mí, para reflexionar y analizar mi vida. Pero eso no significa que me sienta solo.
Desde que empecé a contarle a mi familia y amigos sobre mi diagnóstico, dado oficialmente el viernes, 13 de noviembre de 2020, no ha habido un día en que algún familiar, amigo, pana, colegas y hasta desconocidos me escriban un mensaje de texto, me llamen o me dejen algún mensaje en las redes preguntándome cómo estoy, cómo me siento, qué hay de nuevo o el próximo paso de este proceso.
Dentro de ese grupo de amistades con quienes me he mantenido en constante contacto es con supervivientes de cáncer, incluyendo a mi amigo Miguel Marrero, con quien me había desconectado varios años, pero debido a mi condición, volvimos a reconectarnos y ahora se ha convertido en mi mentor en este proceso.Tanto Miguel como el resto de los supervivientes como Noel Piñeiro, Xiara Martínez, Jorge Rivera, Jessica Sanburgo, Annie Fabián, entre otros, han sido parte esencial de este proceso.
Todos me han contado sus historias de su diagnóstico, los efectos secundarios que tuvieron por la radiación y la quimioterapia, y hasta sus recomendaciones de qué debo y qué no debo comer como parte del plan de nutrición.Incluso, dos de ellos me compraron unos libros relacionados al tema, los que ando esperando a que lleguen a mi casa para leerlos. Gracias.
Igual, una persona fuera de los supervivientes, Wilmarilis Sánchez, me envió por correo el libro «Vivir con cáncer», de Oscar «Caly» Hernández, quien desafortunadamente falleció recientemente. Mi más sentido pésame a su familia.
El libro lo terminé de leer en varios días. Me gustó mucho porque te brinda, de una manera bien natural y orgánica, una perspectiva de lo que una persona con cáncer experimentará en este proceso.
Por todas estas amistades es que tampoco me he sentido solo. Las razones sobran para agradecer a cada uno de ustedes que me han brindado su apoyo de alguna manera. Todos los gestos de cariño son bienvenidos.
«Gracias por estar», es una de las frases que a muchos les contesto cuando me preguntan cómo voy con el tratamiento que oficialmente empecé el lunes, 14 de diciembre, con la quimioterapia, seguido de la radioterapia, para atacar el tumor de 4 centímetros que tengo en mi recto.
La quimioterapia que estoy recibiendo se administra mediante una pompa, parecida a una granada, llena del medicamento conocido como «5 F-U». Esa pompa me la conectan los lunes y por cada hora dos mililitros del medicamento van entrando a mi cuerpo, hasta que el viernes me lo desconectan. Luego, el próximo lunes vuelvo al hospital para que me lo conecten nuevamente hasta el viernes siguiente y, así sucesivamente, por mes y medio.
La pompa o bomba se une por un cable a un «medport» que me colocó el cirujano Nicolás López Acevedo en la parte izquierda de mi pecho en una cirugía ambulatoria en el Hospital Ashford.
Al momento, he resistido bastante bien la quimioterapia que me empezaron a suministrar el lunes en el Hospital Auxilio Mutuo. Los únicos efectos secundarios que he experimentado, al momento, son dolor de cabeza, un poco de mareo y falta de apetito.
Debido a que el cable que se extiende desde el «medport» a la granada es de unos tres pies de largo, me tuve que comprar un bulto pequeño que me lo amarro a la cintura y cargo con él las 24 horas del día. Por lo tanto, tengo que andar con la pompa cuando me voy a bañar, dormir, comer, guiar, cocinar, fregar, ver televisión, lavar ropa, entre otros quehaceres del hogar, así como para ir a las radioterapias.
El proceso de radioterapia arrancó con una visita al Centro de Radioterapia del Auxilio Mutuo para hacerme un «CT Scan». Ese día, una técnico me mandó a acostarme boca abajo en una superficie plana para tatuarme «unos puntos» negros en la espalda y costado para exactamente marcar dónde los rayos de la radioterapia deberán atacar directamente el tumor.
Sobre la experiencia de este proceso les hablaré cuando ya esté sometido al mismo y con la esperanza de que el «invasor» e «intruso», como también he llamado al tumor, se achique, deteriore y elimine con el tiempo, que entre el 20 y 30 % de los casos ocurre, y ojalá yo me una a esa estadística.
Aunque deberé ir solo a los tratamientos en los hospitales por la pandemia, los mensajes de apoyo, llamadas y buenas vibras de toda la gente que ha estado pendiente a mi me ayudarán a combatir esta situación.
Igual, junto a mi equipo de médicos, al que he bautizado como «El Triunvirato», compuesto por López Acevedo, el radio-oncólogo Javier López Araujo y el oncólogo Luis Báez Vallecillo, y respaldado por mi familia, amigos, desconocidos, mi gran optimismo y el resto de los ángeles que aparecen en el camino, vamos a destruir este tumor.
Por todo esto es que yo JAMÁS me he sentido solo en mi vida y ojalá sea así por el resto de mis días. Uno siembra lo que cosecha. Si uno cosecha amor, cariño y respeto fraternal, eso será recíproco. De lo contrario, buena suerte.
Hasta la próxima amigos. Seguimos adelante, con la frente en algo y agarrados de la fe de que cuando termine este proceso, voy a sonar esa campana tan duro que la tierra va a temblar.
*Jorge Muñiz, periodista y paciente, estará relatando su travesía a medida que se va desarrollando en esta columna. Para cualquier duda, pregunta, recomendación o consejo, pueden escribirle a: jjmunizortiz@gmail.com o seguirlo en Twitter: @jorgejmuniz e Instagram: jorgejmuniz21.