“No sé ni qué los niños hacían a los diez años. Lo que sí sé es que, a esa edad, mientras mis amigas se iban a dormir, jugaban, escuchaban música, yo me encontraba en mi cama debajo de la frisa llorando con miedo”, recordó Kelly Lynn Rivera Escobar al narrar lo que el inicio de su experiencia con trastorno bipolar tipo uno.

Fue el comienzo de una larga y ardua lucha antes de que lograse obtener un diagnóstico certero y pudiese comenzar a manejar adecuadamente su condición, contó en entrevista con Es Mental la joven puertorriqueña que hoy día es estudiante de medicina.

Durante casi una década  pensó que era “defectuosa”, que estaba mal, y no entendía por qué no podía vivir “normal” ni cómo enfrentar a las personas con estabilidad y calma. No era que tenía problemas socializando, explicó, sino que tenía que poner gran empeño en esconder lo que le estaba pasando

El ámbito escolar se convirtió en un lugar al que asistía enmascarada con una sonrisa prefabricada para ocultar lo que sentía. Expresó que en la escuela era conocida como la “más feliz, la más divertida”, la que organizaba las fiestas en su casa.

“Hice un muy buen trabajo escondiéndolo. Cada vez que iba a la escuela tenía que decirme ‘Bájale a los sentimientos, enciérralos, ponles un nudito, pon una sonrisa’”, confesó. 

Así fue su vida, hasta los 18 años, momento en el que ya no eran solo llantos sino que comenzó a buscar otras vías para lidiar con sus síntomas tales como alcohol y cannabis.  

El consumo de estas sustancias la llevaron a presentar otros síntomas que la empujaron a  acudir a ayuda profesional por primera vez a sus 19 años. Aquí recibió la noticia de que tenía psicosis inducida por el estilo de vida que tenía y el uso abusivo tanto del alcohol como del cannabis. 

Vivía con paranoia y no estaba en contacto con la realidad totalmente, dijo. Luego, en un momento en el que no podía ya lidiar con sus emociones, fue a un hospital psiquiátrico donde le dijeron que tenía una depresión severa

Diagnóstico tras diagnóstico encontró que debido a que estaba abusando de sustancias, no la podían evaluar correctamente, lo que a su vez impedía que encontrara la manera de manejar adecuadamente sus emociones. 

Kelly Lynn finalmente logró detener el abuso de sustancias y al año de su sobriedad, recibió un diagnóstico certero que la clasificó como una paciente del trastorno bipolar tipo uno.

El trastorno bipolar es una distorsión del estado de ánimo que consiste en ir de un estado opuesto al otro, definió la psicóloga clínica Jennifer Castro Cruz. Es decir, las personas pueden pasar de un estado eufórico a uno depresivo, sin razón situacional aparente que detone el cambio. 

A estos estados emocionales opuestos son episodios maníacos y  episodios depresivos. Destacó que este trastorno no es y no se trata de cambios de humor «normales», como la mayoría de las personas saludables pueden tener. Son eventos involuntarios y no están en el control de quien los padece, precisó. 

A pesar de que la mayor parte de las veces el diagnóstico se realiza entre los 20 y 21 años, las investigaciones apuntan a que es un trastorno que suele desarrollarse durante la adolescencia, agregó.

Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-V por sus siglas en inglés y versión más reciente), el trastorno bipolar tipo uno se define como la presencia de por lo menos un episodio maníaco completo, es decir, que interrumpe la función social y laboral normal, y habitualmente episodios depresivos.

Rivera Escobar contó que cuando estaba en la etapa de manía se sentía que lo podía hacer todo, lograrlo todo, lo imposible, hasta en un día. Del otro lado, cuando enfrentaba la depresión, sentía como si quisiera morir.

Algunos de los síntomas de manía son autoestima inflada, disminución de la necesidad del sueño, fuga de ideas, excesiva participación en actividades de alto riesgo, entre otros. Mientras, los síntomas de depresión son marcada disminución del interés o placer en todas o casi todas las actividades, aumento o pérdida significativa de peso o apetito, disminución en la capacidad de pensar o concentrarse, insomnio, entre otros”, destaca el DSM-V.

Cada etapa puede durar de tres a seis meses, pero la duración puede variar, de acuerdo al DSM-V. Sin embargo, Castro Cruz opinó que la parte más difícil del proceso es uno mismo poder identificar estos síntomas.

“Cuando tienes una condición de salud mental de este tipo, ella te quiere matar, te quiere aislar”, explicó Rivera Escobar al decir que este es un aspecto que no se toma en consideración al hablar de una persona con este trastorno. 

Subrayó que, aunque recibir el diagnóstico la libró de sentir vergüenza por su condición, no la salvó de sentir incomodidad en el ámbito laboral. Comentó que, actualmente, teme que sus colegas, profesores o jefes del departamento de la residencia sepan su historia. 

“Me consume. Toma mucha energía tener que esconderlo porque es una parte de mi vida”, confesó Kelly Lynn.

Por otro lado, alertó de la necesidad de una mayor educación sobre las condiciones de salud mental existentes y sus síntomas.

En su caso, destacó que cuando estaba en momentos de depresión no quería ver a nadie, no les contestaba el teléfono, negaba invitaciones para salir, acciones y emociones que sus amistades a veces no entendían.

“Mis amistades pensaban que nunca quería salir. Aquellas que no entienden mi condición también dicen comentarios, ‘Ay esta nunca quiere salir, que mala amiga’”, describió al comentar que, en muchos casos, su condición la hacía alejar a sus amistades cuando más las necesitaba. 

Cómo logró manejar sus emociones

Comentó que la herramienta más útil para ella ha sido la comunicación. Explicó que ha aprendido que ser completamente sincera y expresar cuando se siente mal ha sido lo más efectivo.  Incluso, Kelly Lynn utiliza su cuenta en la red social Instagram para contar su historia de lucha y cómo ha logrado salir adelante, con el fin de educar a otros y romper el estigma en torno a las condiciones de salud mental. 

“Cualquier pensamiento raro que me pudiese hacer daño, lo comunico”, indicó.

Agregó que su diagnóstico la ayudó a saber identificar la razón de sus síntomas y tomar acción para amortiguar los efectos de su condición.

Tener una respuesta sobre su salud la hizo entender que no es defectuosa y que no está mal por vivir así ni sentirse así.