2007.María Martínez guiaba, como de costumbre, hacía la escuela en la que trabajaba, pero en algún momento de su recorrido se percató que el tráfico estaba más congestionado de lo usual. Le pareció extraño hasta que más adelante corroboró que se debía a una escena de crimen en plena investigación. No se detuvo. Por el contrario, siguió su camino sin saber que allí, funcionarios de la ley levantaban el cadáver de su hijo, ultimado a balas unas horas antes. Así que, cuando vino la llamada, no tenía ni las más mínima sospecha de que el mayor de sus dos hijos había sido víctima de un brutal asesinato, tampoco de que ya había presenciado el lugar donde lo encontraron tirado.
Tenía 20 años y era muy apegado a ella.
Mientras recuerda ese día y la historia detrás del giro inesperado que dio su vida, María explica que el dolor que siente una madre por la pérdida de un hijo es un sentimiento indecible.
Reflexiona que cuando muere un esposo queda una viuda, cuando muere un padre queda un huérfano, pero cuando a una madre se le muere un hijo, no existe palabra para describir el dolor que se experimenta. Por eso, cuando la mujer, ahora de 56 años, comenzó a internalizar la realidad del desasosiego que deja una muerte violenta, vinieron los síntomas.
No podía dormir, tenía insomnio, no comía, dejó de ir al trabajo y cuando ya pudo reincorporarse para continuar generando ingresos, se la pasaba llorando. La hija, la otra hija de unos 10 años que ahora tiene 23, también estaba allí, viviendo la penuria hasta que en algún momento se hizo evidente que necesitaban ayuda profesional para sobrevivir el duelo.
Un día, mientras la madre buscaba en su bolso unos seis meses después del asesinato de su hijo, encontró un reportaje entre algunos papeles. Según cuenta, desde antes que muriera su hijo cargaba en su cartera el número donde conseguiría la ayuda psicológica que tanta falta le hacía.
Yo decía ‘Dios mío, ¿qué hago?’. Yo me sentía en el aire, me sentía desesperada. Yo no sabía qué hacer, y ahí encuentro ese reportaje… y entonces pasa que ‘mira yo voy a llamar aquí’ y llamo. Inmediatamente me dan cita… básicamente así fue que llegué acá al centro, recuerda Martínez.
La mujer se comunicó con la Alianza para la Paz Social (ALAPÁS) y comenzó a recibir tratamiento psicológico para sobrellevar la carga del proceso de duelo por el que estaba pasando pues el propósito de esta fundación sin fines de lucro, según su coordinadora, es restablecer las funciones del ser humano luego de un evento traumático como los son los asesinatos, hurtos, escalamiento, entre otros.
“Yo he dado un cambio, como dicen, del cielo a la tierra, muy grande. Me lo han expresado… Me dicen ‘tú eres fuerte, te ves muy bien’. Me ha servido de mucha ayuda (los tratamientos psicólogos y grupos de apoyo de ALAPÁS)”, asegura. “Tú tienes que aceptar que eso ocurrió, que eso está ahí y que tú tienes que aprender a seguir hacia adelante. La vida continúa, que es un proceso”, añade la mujer, quien hoy día, aunque admite que es un dolor con el que siempre tendrá que lidiar, se siente lo suficientemente fuerte para hablar del brutal asesinato de su hijo y pertenecer al Comité de Casos no Esclarecidos, grupo bajo ALAPÁS, que se encarga de darle seguimiento a los asesinatos sin resolver en el Cuerpo de Investigaciones Criminales (CIC) del Negociado de la Policía de Puerto Rico.
“El Comité de Casos No Esclarecidos es un grupo que fue creado en el año 2013 por madres, padres y familiares de ALAPÁS que han perdido a un ser querido, quienes luchan conjuntamente por su derecho a que los casos sean esclarecidos. El propósito del Comité es exigir justicia y conocer la verdad de los hechos para que los familiares que sobreviven puedan tener paz”, lee la página web de la organización.
Nueve mujeres y un hombre componen el Comité. Se trata de participantes que recibieron el servicio de ALAPÁS y cuentan con “las herramientas emocionales de trabajar con su caso y trabajar con otras personas que estén pasando por lo mismo”, según la intercesora legal Vaneishka Vélez. Para ello, explica, van a foros en los que se hable sobre el tema de víctimas, hacen una manifestación pacífica frente al cuartel general de San Juan todos los años, ofrecen apoyo en situaciones como el sufrimiento que le causó a algunos familiares el manejo de cadáveres en el Instituto de Ciencias Forenses por falta de espacio y personal, entre otros.
Sin embargo, esto no quiere decir que el proceso de duelo de estas personas sea uno que tiene fin. Por el contrario, Martínez admite que en ocasiones, cada algunos meses, vuelve a terapia para fortalecer lo que ya conoce.
“Esto es un proceso y son unas etapas. Tú puedes estar en una etapa y regresar hacia atrás. Uno retrocede”, explica la mujer quien vuelve a tratamiento cada vez que lo necesite.
Otro aspecto que le ayuda a mantenerse alejada de la tristeza que le trae el recuerdo del asesinato de su hijo, es mantenerse ocupada en otros grupos. Según cuenta, siempre busca en qué invertir su tiempo para no tener que quedarse encerrada en su casa, lo que asegura, la pone en riesgo de pensamientos negativos.
“María levántate”, recuerda que se dice en los días que no quiere salir. “Te vas a dar un baño, te vas a cepillar, te vas a poner la mejor ropa que tengas hoy, te vas a poner los tacos, por eso me ves como la puerca de Juan Bobo”, relata mientras sonríe para añadir que “a mi hijo siempre le gustaba verme bien”.
Durante la conversación, en la que estuvo presente la intercesora Vélez, Martínez hace una pausa para agradecerle toda la ayuda que ha recibido en ALAPÁS. Las herramientas que los psicólogos le han brindado le han ayudado a reconocer, inclusive, que su hija, quien participó al principio del programa pero desistió por decir que le recordaba demasiado a su hermano, necesitaba atención profesional para lidiar con el trauma. Hace apróximadamente un año la llevó a un psicólogo de práctica privada para atender los síntomas que lleva identificando en ella hace ya algunos años.
“Yo temía porque ella intentara contra su vida. Ella se encerraba, me bajó las nota, no quería ir a la escuela. A penas ni me hablaba, ni me se comunicaba conmigo y cuando se comunicaba yo me daba cuenta que había que buscarle ayuda profesional… Eso es como si uno cayera en un hoyo y va cayendo, cayendo”, detalla Martínez.
La reacción de la hija de Martínez al asesinato de su hermano envuelve síntomas muy comunes que identifican cada día los manejadores de casos en las llamadas que reciben para canalizarle los servicios necesarios a las personas interesadas en los programas de ALAPÁS.
“Cuando trabajamos con crímenes, trabajamos con asuntos como estrés postraumático, ansiedad, depresión y, ligado a la ansiedad, pánico porque usualmente trabajamos con asuntos de traumas, asuntos de violencia que generan ese tipo de situación”, explica Angélica García, trabajadora social y coordinadora de la fundación.
Los participantes llegan, en muchas ocasiones, con miedo a salir, a realizar actividades cotidianas como guiar o temor, inclusive, a estar en su casa porque el crimen ocurrió en el hogar. Para ello, ALAPÁS cuenta, desde su fundación en 1997 por Myrna Rivera quien perdió una hija a causa de una bala perdida, con un grupo de psicólogos que ofrecen tratamiento individualizado, así como la guía en grupos de apoyo.
“Es aprender a manejarlo, a vivir la situación y tener las herramientas”, aborda García quien reconoce que el objetivo del personal es, a su vez, que las personas encuentren paz durante el proceso. “Siempre que tenemos un asunto traumático, la mente va trabajándolo de una forma y si no se atiende el cuerpo lo va manifestando y lo que queremos evitar es llegar a esa parte”, añade.
Esa paz fue la que logró conseguir Martínez. Luego de muchos años de intervención, asegura sentirse acompañada y apoyada por el grupo de participantes los cuales cataloga como “hermanos” que la entienden aunque lo que diga no tenga lógica. Recuerda la mujer que una de las consecuencias que trae una tragedia de índole violenta incluye la desconcentración, el no entender porque no se puede enfocar en el presente, pero que al rodearse de personas que han pasado por el mismo proceso, siente que la pueden comprender.
“Al pasar el tiempo, tú vas sanando, pero sí, hablar de la situación de mi hijo, me sana un poco. Ya tengo esa tranquilidad y esa paz, y Dios que me está dando esa fortaleza para yo hablar y ayudar a otras personas”, dice al enfatizar que es posible seguir adelante a pesar de la tragedia.
Compleja la relación con los investigadores
Aunque inicialmente la muerte del hijo de María Martínez fue un acontecimiento difícil de manejar, el tratar de conseguir justicia para él también se ha convertido en una carga compleja.
Desde que murió su hijo se ha mantenido en comunicación constante con los más de seis agentes que han estado a cargo del caso y lleva más de 12 años tratando de que sea llevado ante la justicia el que o los que mataron brutalmente a su hijo para que no estén en la libre comunidad, poniendo en riesgo a otros padres que pudieran vivir la experiencia que ella ha tenido que enfrentar porque, según asegura, el que mata tiende a seguir cometiendo crímenes.
Ahora bien, el caso del hijo de María es uno entre los cientos que atiende la fundación sin fines de lucro, uno entre los otros miles de familiares que han perdido a un ser querido a manos del crimen y no se les conoce su historia. En el 2018, por ejemplo, ALAPÁS recibió más de 175 referidos de personas en busca de ayuda tanto psicológica como legal para enfrentar el crimen violento de alguno de sus familiares.
Parte de los seguimientos, son los grupos de apoyo en los que se reúnen para hablar sobre su experiencia. Casualmente, al reunirse, los participantes comenzaron a darse cuenta que son muchos los crímenes que llevan años sin ser esclarecidos, madres, padres, hijos esperando porque el sistema de justicia del país encierre a quienes le cambiaron la vida por una acto de violencia, según cuenta la intercesora legal de ALAPÁS.
“Ellos se dan cuenta que cuando se reúnen en el grupo de apoyo, le dan las mismas razones (los agentes investigadores del CIC) o como ellas le llaman ‘las mismas excusas’, y comienzan a hablar entre ellas y dicen ‘vamos a crear un grupo’”, explica Vélez, quien se encarga de orientar sobre sus derechos a las víctimas de crímenes, así como de acompañar a los participantes a darle seguimiento a sus respectivos casos en distintos foros gubernamentales.
Martínez es una de las participantes que asegura que su experiencia con los agentes investigadores no ha sido la mejor. Recuerda que ha tenido que enfrentarse a varias dificultades como que los llama a su extensión y no contestan el teléfono en más de una ocasión, que le dan cita para un día en específico y luego cuando llega quien la recibe en el mostrador le indica que el agente se ausentó. Se acuerda, además, que una vez se le asignó una agente que la trató con brusquedad evidente por la insistencia de pedir estatus del caso, y otro que llamó a su hijo, la víctima del asesinato, por el nombre incorrecto y ella se lo tuvo que aclarar frente a un comandante.
Ha pasado más de una década lidiando con complejidades como un supuesto problema que hubo con la recolección de evidencia que terminó en una queja administrativa, el tener que repetir sus testimonios cada vez que llega un nuevo agente como encargado del caso, y hoy día asegura sentirse indignada con el sistema de justicia que, de cierto modo, le ha fallado, según indica, por no tratarse de un caso notorio. Otra de las dificultades que ha vivido es que muchos oficiales le han dicho que el Cuerpo no tiene fondos para traer testigos de Estados Unidos.
A pesar de todos los tratos que la hieren, María no se atreve a devolverle la brusquedad a las autoridades por temor a que eso dificulte aún más el proceso de esclarecimiento del caso. Por el contrario, junto a Vélez, presentaron el caso para que sea reasignado a otra área que se especializa en aquellos que llevan mucho tiempo sin resolver.
“Ellas tratan de romper un poco con el estereotipo de soy madre, soy víctimas y solamente estoy aquí llorando, a que soy una madre activa, soy una madre y una ciudadana que se preocupa por el esclarecimiento de los casos, no solamente el mío, sino los de Puerto Rico en general”, aborda la intercesora.
A Vélez, según asegura, muchos agentes también se le han hecho difíciles de conseguir para estatus de las investigaciones.
“A mí me han bloqueado el teléfono de la organización, mi teléfono personal. Voy y dicen que no están e igual me los encuentro en el parking. De igual manera, ellos me reconocen como parte de la familia de esa persona que fue asesinada, y así mismo como ignoran a la familia, ignoran a las personas que están en apoyo de los que son la familia. Y no digo que son todos, entendemos que tienen mucho trabajo, pero al igual tienen que estar pendientes de todo lo que se hace”, puntualiza.
La especialista indica que en muchas ocasiones se trata de que los agentes ven su trabajo de intercesora como algo invasivo, una persona que busca fiscalizar la forma en la que hacen sus labores investigativas, pero la joven aclara que solo busca que se le hagan cumplir los derechos a los sobrevivientes de crímenes violentos.
“Se ha visto que luego que hacen manifestaciones o se exponen públicamente, hay un poco de rezago y no les contestan el teléfono… Eso es una de las luchas, uno de los derechos que tienen las víctimas es que se le mantenga informado sobre el seguimiento del caso, y vemos que cuando los participantes exponen su caso, les comienzan a ignorar las llamadas, no les contestan”, dice.
Desde fundado el Comité de Casos no Esclarecidos, se ha resuelto uno de los casos por los que reclamaban y otro está en proceso pues en estos momentos se está viendo en el tribunal. Asegura Vélez que esos casos han logrado resolverse, entre otras razones, porque los agentes han mantenido buena comunicación con los familiares de la víctima, siendo atentos a la dificultad de estas personas que pierden a sus seres queridos.
Por su parte, Martínez asegura que seguirá luchando porque se esclarezca el caso de su hijo “hasta que Dios le de vida” porque considera que ello es parte importante para hacer valer el recuerdo que tiene de su hijo y finalmente concederle paz.