Para muchos el castigo es una forma de reformar y mantener control sobre el comportamiento de un menor, sin embargo, cualquiera de sus manifestaciones podría crear traumas complejos y cambios en la estructura cerebral de los niños, de acuerdo con la trabajadora social Yenaira Figueroa.

Según Figueroa, la poca tolerancia y desinformación sobre el desarrollo socioemocional de los niños, reflejadas en sanciones que muchas veces están cargadas de violencia, desencadenan traumas complejos desde las primeras etapas de vida. No obstante, culturalmente se ha llegado a aceptar la situación.

“En muchas ocasiones nuestros familiares de mayor edad entienden que los métodos de disciplina y estrategias que se utilizaban antes eran mucho mejor y estas quejas también trastocan las maternidades y paternidades de esta generación, las cuales están intentando repensar cómo son estos acercamientos”, explicó.

Figueroa sostuvo que la evidencia científica sustenta que el castigo tiene efectos nocivos a la memoria experiencial de los seres humanos. 

Así también lo recalca el mayor estudio sobre el tema, titulado Physical punishment of children: lessons from 20 years of research, a cargo del psicólogo clínico infantil Joan Durrant y  coordinador del programa de protección infantil de un hospital de Canadá, Ron Ensom y publicado, además por el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos. El documento, que recopila más de 15 años de estudios sobre el tema del castigo, asegura que existe un vínculo entre el castigo y consecuencias a la salud mental. 

La trabajadora social añadió que a largo plazo el castigo también está relacionado al dolor y el sufrimiento. Asimismo, cambios en el sistema nervioso, al temor, relaciones distantes, conductas desafiantes, entre otros. 

Pero, ¿cómo entonces las madres y padres pueden corregir el comportamiento de sus hijos?

La trabajadora social apunta a la dinámica de la disciplina positiva, que se diferencia por su intención en corregir un comportamiento, en vez de pararlo, como se busca a través del castigo.

“Las estrategias de la disciplina incluyen explicar los motivos, modelaje con nuestras acciones, resolución de problemas y nuevos comportamientos, congruentes con lo que yo quiero mejorar. Mientras que, en las estrategias típicas del castigo, está la coerción, amenazas, golpes físicos y constantemente gritar”, explicó. 

Destacó que, aunque la disciplina positiva puede percibirse como un concepto complejo, especialmente para la cultura de Puerto Rico, ya que “se piensa que no se está disciplinado correctamente”, puede tener beneficios en la niñez.  

Poniendo en práctica la disciplina positiva

Según la profesional, existen varios pilares fundamentales a la hora de poner en práctica la disciplina positiva.

El primero se caracteriza por la conexión emocional con el menor, mediante la atención a este, pero sin caer en límites. “En muchas ocasiones se van a los extremos, porque intentan tener el control en todo momento y hay que darle la oportunidad de ser individuo, pues aunque sea niño, sigue siendo una persona que necesita tomar decisiones y hay que darle la oportunidad”, dio como ejemplo.  

Mencionó, de igual forma, compartir momentos de calidad, conectando con la mente y el cuerpo y dejando de un lado el ruido cotidiano que provoca el uso de los celulares o la prisa. “Debemos sacar esos espacios para conectar con nuestros hijos y que sea genuino”, dijo

En tercer lugar dijo que las consecuencias de las acciones sean justas y positivas y que es precisamente esto lo que marca una gran diferencia del modelo tradicional de castigo.

“Una cosa es castigar y otra que los niños tengan consecuencias justas y efectivas. Esto ayuda a los padres, porque a veces piensan que teniendo esta visión de la disciplina positiva los niños van a hacer lo que quieran y realmente no es así. El propósito es enseñarle resolución de problemas”, concluyó. 

Como ejemplo, el libro Positive Discipline: What it is and how to do it, de la autoría de Joan E. Durrant, señala que es importante el entendimiento de los sentimientos del menor, en especial por la dificultad que enfrentan para realmente expresar lo que sienten.

De tal modo que si expresan “no” constantemente, no se trata necesariamente de una forma de desafío, sino la manera de decir cómo se siente.

“Cuando un niño dice no, podría estar tratando de decir: ‘no me gusta eso, no quiero dejarlo, yo quiero eso, yo quiero elegir mi propia ropa o estoy frustrado’”, destaca la página 29 del volumen.

Por otro lado, hace hincapié en que el estado de ánimo del padre o la madre es un factor primordial en la conducta del hijo y que, si se ignora o se deja de un lado, puede tener secuelas en la crianza. 

“Si se siente cansado, irritado o preocupado por algo, es posible que usted se enoje con su pequeño. Muchas veces los padres descargan su frustración sobre sus propios hijos. Cuando el ánimo de los padres y las madres es impredecible, los niños se sienten inseguros y ansiosos. Cuando los padres y las madres ignoran una conducta infantil un día, pero se enojan por el mismo hecho al día siguiente, los niños se sienten confundidos. Cuando los padres y las madres se enojan con sus hijos por motivos ajenos, ellos se resienten porque se sienten tratados injustamente”, destacan. 

Finalmente, Figueroa hizo una invitación a reflexionar sobre cómo fue la crianza de estas madres y padres y tener patrones generacionales de maltrato físico y emocional.