“Todo hubiese sido diferente si mi madre hubiese aceptado sus errores y tan solo me hubiese dicho: ‘Perdóname hija’”, relató la trabajadora social clínica Naylú Martínez de Gautier al recordar las palabras de una de las pacientes que llegó a su oficina buscando asistencia psicoterapéutica luego de vivir maltrato durante su infancia.
Sin embargo, Martínez de Gautier aclaró que este no es el único caso en el que la negligencia o agresiones hacia menores provocan daños psicológicos como la ansiedad generalizada o baja autoestima. Indicó que con frecuencia recibe en la oficina adolescentes, adultos y familias con diversas situaciones emocionales, crisis familiares y de salud mental.
En este caso, la adolescente pudo huir del ciclo de abuso en el que vivía, con la ayuda de una amistad y del servicio social de su escuela. Sin embargo, sufría de pensamientos suicidas.
La trabajadora social clínica comentó que, a diferencia de Estados Unidos, en Puerto Rico, muy pocas veces los familiares y vecinos son los que ponen las denuncias ante el Estado.
Asimismo, las estadísticas de los Estados Unidos apuntan a que, aunque la mayor parte de los referidos por maltrato son realizados por personal de las instituciones escolares, representando un 21%, un 15.7% de estos son hechos por amigos, vecinos y parientes, y un 15,7% por reporteros no clasificados.
Enfatizó en que tanto el Departamento de la Familia como los educadores, psicólogos, trabajadores sociales, trabajadores sociales clínicos y pediatras, entre otros profesionales, son responsables de velar por el bienestar de los niños. Afirmó que estos suelen ser quienes, por lo general, comunican lo que constituye cuidados y comportamientos aceptables hacia los niños.
Mientras, recordó que los maestros, directores y miembros de las comunidades escolares también tienen la responsabilidad legal de intervenir y notificar a las autoridades pertinentes si hay señales de maltrato o negligencia hacia algún menor. Sostuvo que los profesionales en el ámbito infantil deben tener una preparación que les permita identificar niños en riesgo de negligencia y maltratos físicos.
Martínez de Gautier subrayó que el maltrato causa diversos efectos tanto físicos como emocionales.
Por esto, enfatizó en la importancia de desarrollar programas de prevención psicosocial efectivos, a través de medios de comunicación, que causen impacto en escuelas y colegios, universidades, centros de salud, supermercados, cines, parques y público en general.
Efectos del maltrato
La trabajadora social clínica relató que, en muchos casos, los pacientes llegan a buscar ayuda teniendo sobrepeso u obesidad.
“Si eran pacientes que de niñas, las madres las dejaban sin comer y con los años, debido a la ansiedad, desarrollaron «atracones» o hiperfagia, que son cuando una persona come en exceso por miedo o para gratificar conductas”, ejemplificó.
Añadió que, desde el punto de vista emocional, las personas suelen desarrollar ansiedad generalizada, depresión y trastornos de personalidad.
¿Qué factores contribuyen al maltrato?
De acuerdo con su experiencia y la evidencia de estudios cualitativos sobre el maltrato y violencia intrafamiliar a los que apuntó, entre los factores de riesgo para esta conducta figura el embarazo precoz, cuidadores jóvenes sin madurez emocional para asumir la crianza de los hijos con responsabilidad, con bajo nivel académico, con uso de sustancias ilegales y/o controladas, con historial de alcoholismo, con condiciones de salud mental desatendidas, entre otras.
Explicó que en Puerto Rico los jóvenes reclaman espacios seguros para recrearse, escuelas libres de violencia y perjuicios. Asimismo, detalló que la juventud exige y necesita acceso a la información para poder tomar decisiones informadas sobre su cuerpo, su sexualidad, conocer las oportunidades y ser escuchados en los distintos foros sociales.
No obstante, criticó que, según las investigaciones demográficas realizadas hasta el momento, se destacan aspectos como la violencia de género, las desigualdades socioeconómicas, el discrimen y la marginalización por diferencias raciales, culturales, de orientación sexual y diversidad funcional, el uso y abuso del alcohol y otras sustancias, entre otros factores que complican u obstaculizan el desarrollo de un entorno nocivo para los menores y sus familias.
Añadió que los adolescentes “constantemente” piden a diversas instituciones mayores esfuerzos para comunicar en qué consiste el maltrato institucional, el acoso escolar, el acoso cibernético y la trata humana, y la necesidad de desarrollar estrategias para prevenir estas formas de violencia en los distintos niveles.
Propuso dedicarle la misma atención a prevenir la violencia comunitaria y colectiva que se manifiesta en contra de las comunidades de inmigrantes, que a reconocer dificultades particulares que nacen en un entorno familiar.
Por otro lado, especificó que los padres deben estar más «presentes» en la crianza de los menores y prestar atención en la música, videojuegos y películas a los que los jóvenes tienen acceso.
Añadió que los cuidadores principales deben de evaluar y reflexionar sobre cómo manejan el enojo, la ira, y si están preparados o no para la crianza de sus hijos.