La violencia machista se puede describir, de forma metafórica, como un témpano de hielo. En la punta, visiblemente, se presentan las agresiones físicas. Una parte notable, pero no menos importante, del problema que constituye la violencia hacia la mujer. Sin embargo, bajo el agua, en esa profundidad, existen otros tipos de agresiones, que atentan igual o más contra la integridad y el bienestar de las mujeres.
Como lo son la violencia psicológica o emocional, el acoso callejero, acoso sexual laboral, la violencia cibernética, la violencia institucional, entre otras tantas, hoy día normalizadas.
El machismo, al tratarse de una conducta que busca ejercer poder y control sobre una persona y que de igual forma impone estereotipos y roles de género, se manifiesta a través de diferentes prácticas violentas, especialmente contra la mujer, según Nereida Valentín Márquez, portavoz de la coalición puertorriqueña contra la violencia hacia la mujer Coordinadora Paz Para La Mujer.
A modo de ejemplo, la violencia psicológica, la que describió Valentín Márquez como la que “no se ve y la más que, quizás, nos agrede y atenta en contra de nuestras vidas y dignidad’’.
“Estamos hablando del poder y control que pueda tener una persona sobre ti, sobre lo que te pones, lo que piensas, lo que puedas lograr, los roles que asumes en la pareja o relación, cómo controlan tu entorno estas personas. Entonces, se perpetúa esa conducta a tal punto de que la persona que sobrevive a estos actos violentos, psicológicamente empieza a tener unas deficiencias en su autoestima y creer que es merecedora de este trato’’, explicó.
Cuando esta “dinámica’’ empieza a normalizarse, aseguró Valentín Márquez, es más difícil identificarla como violencia.
Cansada precisamente de las agresiones verbales y físicas que vive por parte del boxeador Juan Manuel “Juanma’’ López, la animadora y comunicadora, Andrea Ojeda, acudió en estos días a la red social de Instagram para contar su historia como sobreviviente de violencia machista.

De acuerdo con una serie de historias publicadas recientemente, Ojeda relató cómo el boxeador la humilló, golpeó y amenazó con acabar con su vida.
“Mientras él me graba para humillarme, insultarme y decirme: ‘put*, no vales nada’, perdió el control y me agarró a golpes. […] Juanma me ha dado muchas veces, me ha ahorcado, me ha apretado mis partes privadas, mientras todo el tiempo me quedaba callada. Fui al cuartel lloraba y lloraba, no lo denunciaba, pensando en sus hijos, en el daño público, pero se acabó, me cansé’’, expresó.
“Llevaba mucho tiempo pensando si tendría el valor de hacer esto. Estoy temblando y necesito hacerlo. Yo no le deseo esto a nadie, porque nadie sabe cuán difícil es que te estén maltratando y te quedes callada’’, sostuvo.
Tras la serie de publicaciones, Ojeda se presentó en la comandancia de la policía en Caguas para radicar una querella. Sin embargo, este no es el caso de otras tantas, a quienes se le llega a revictimizar y a dudar sobre sus testimonios ante la falta de “evidencia’’.
Lo que para la abogada y profesora Mariana Iriarte Mastronardo es una situación que debe cuestionarse y trabajarse con celeridad en la esfera judicial, con el fin de crear canales seguros para las mujeres violentadas.
“Hay que problematizar esa construcción de lo que es evidencia o prueba suficiente, porque, por ejemplo, tienes un montón de sobrevivientes dando testimonios y pareciera ser que ese testimonio no es suficiente. Hay situaciones de agresión que usualmente se dan en un marco donde no hay testigos, donde es mi palabra contra la tuya. Entonces, pareciera ser que la palabra no es suficiente y eso tiene también un fondo patriarcal’’, manifestó Iriarte Mastronardo.
Otras de las prácticas en la profundidad del témpano de la violencia machista, es el acoso callejero, que se manifiesta con frases obscenas, silbidos, miradas violentas y hasta contactos corporales no deseados. Y que también es ejemplo para cuestionar lo anterior, ya que ante la aceptación cultural del problema, así como la falta de legislación y leyes a favor de las sobrevivientes en muchos países de América Latina (otros como México, Perú y Argentina ya cuentan con medidas para erradicarlo) muchas no pueden denunciar.
No se puede dejar de un lado, asimismo, el acoso cibernético y la pornovenganza, que no fue hasta mayo de este año que en Puerto Rico se aprobó un proyecto de ley para clasificarlo como delito.
“Tenemos que ser realistas que no todas las entidades y espacios gubernamentales parten de creerle a las sobrevivientes o de creer que las historias de estas son suficientes para radicar un caso. Muchas veces requieren de más evidencia que, por la naturaleza de la agresión, no necesariamente estas sobrevivientes van a tener. A la hora de poder hacernos justicia, hay muy pocas alternativas’’, aseguró Valentín Márquez.
También existe la violencia institucional, que de acuerdo con Valentín Márquez, “las instituciones y entidades gubernamentales promueven por la falta de una representación justa y digna en los espacios de poder, que puedan crear políticas públicas que nos beneficien y que tengan el lente y la perspectiva que nos hace falta’’, describió.
“Ahora mismo, por ejemplo, al no tener acceso a procesos de salud en el que nosotras podamos escoger y decidir sobre nuestras cuerpas, es una gran violencia que está cometiendo el Estado en nuestra contra’’, agregó.
Mencionó que, en estos pasados días se ha visto el efecto de la falta de trabajar la perspectiva de género en diferentes escenarios y la escasa representación de mujeres en grupos directivos, como lo ha sido la reciente polémica de la Liga de Voleibol Superior Femenino.
“Vemos como ahí hay una intersección bien interesante, porque es casi el efecto de lo que nosotras llevamos diciendo que va a pasar, por culpa de que hay no perspectiva de género, de que no hay representación en los grupos directivos, de que no se trabaja con ese lente, por eso hemos visto en estos pasados días el desenlace’’, puntualizó.
Exponen sus testimonios
Según se ha expuesto anteriormente, la violencia machista se puede manifestar de diferentes formas, es por ello que contaremos tres relatos de mujeres que han experimentado la agresión en diferentes escenarios, tanto privados como públicos. Con el propósito de proteger sus identidades, en esta historia serán identificadas como “Ángela’’, “Natalia’’ y “Keyla’’.
Esta primera, Ángela, quien es cantante y corista de varios músicos puertorriqueños, narró a Es Mental su frustración y miedo al intentar extender una orden de protección y no conseguirlo.
La joven relató que fue el 11 de mayo del 2019 cuando solicitó una orden de protección en contra de su expareja, quien forzó la entrada de su hogar y una vez en el interior comenzó a golpearla a ella y a su pareja actual.
“No era la primera vez que era violento conmigo y es en este momento en el que decido tomar acción y radicar la orden de protección. El proceso fue más lento de lo que habría imaginado. Cuando por fin se da, me conceden la orden por 18 meses. Durante este tiempo me cuidé un montón, corté comunicación, instalé cámaras de seguridad, me compré un taser e, incluso, me mudé de mi casa y hasta pagué una penalidad por un contrato, porque pese a que enseñé la evidencia de la corte, las fotos y el alta del hospital, la persona me hizo pagarle todos los meses de renta que quedaba, para así poder irme. En estos 18 meses no pasó un enfrentamiento cara a cara con él, pero sí hubo un incidente preocupante en el cual yo salí del gimnasio a las diez de la noche, en pleno toque de queda, y cuando pasé por mi negocio él estaba estacionado. Eso me asustó, porque se me acabó la extensión de la orden de protección y ahora mismo no puedo hacer más nada, no puedo defenderme con la corte, porque para esto tengo que esperar a que me haga algo físicamente’’, describió.
Y sí así vive una mujer los actos de violencia en el espacio privado, es necesario conocer cómo se experimenta en un espacio público y siendo mujer transgénero. En el relato a continuación, Natalia, una comunicadora, expone cómo vive la violencia machista y la persecución por áreas del Paseo de Diego en Río Piedras.
“En una ocasión fui a comprar ropa y mientras caminaba un predicador ambulante estaba haciendo su prédica con micrófono, cuando yo pasé empezó a gritarme varios nombres masculinos y que me arrepintiera. Entonces, entré a una tienda y cuando salgo, empezó a alzar la voz y decir que ni los homosexuales, ni los travestis ni las prostitutas entraran al reino de los cielos. Yo paré y le pregunté si tenía algún problema y empezó a reprenderme y a decirme que me iba a quemar en el infierno. Estaba muy alterado y me dio un poco de miedo, así que me retiré al carro a llorar. Fue un evento muy desagradable y frustrante, porque debería poder salir a realizar algo tan cotidiano como comprar ropa, sin la necesidad de enfrentarme a personas diciéndome que soy ‘un travesti’, enunció.
¿Y qué sucede cuando la violencia ocurre en una oficina médica? Este es el caso de lo vivido por la agente de seguros, Keyla, quien en una oficina dental fue acosada verbalmente por un dentista.
“Cada vez que iba a su consultorio eran comentarios sobre mi físico y que si que ‘boca tan grande’, que si ‘te caben muchas cosas en esa boca’, fue horrible, asqueroso’’, contó la mujer.
La violencia machista, como un témpano de hielo, tiene su parte más visible; la física. Pero, en el fondo, hay muchas mucho más. Solo atacando la raíz se podrá erradicar la violencia hacia la mujer.