El trastorno de procesamiento sensorial, caracterizado por la falta de capacidad cerebral para procesar de manera correcta los mensajes sensoriales que se reciben a través de los cinco sentidos, corre el riesgo de ser estudiado con estadísticas que no representen el número real de la población con la condición, asegura la patóloga del habla experta en menores con este trastorno, Marinelis Ruiz Ruperto. 

El desorden hasta el momento queda sin contabilizar en Puerto Rico. No obstante, resaltó que la confusión de esta con otras condiciones complica su cuantificación.

Explicó que el problema nace de los profesionales de salud que no exigen que sus pacientes acudan a terapias ocupacionales o del habla antes de proveerle un diagnóstico de una condición neurológica. 

Según la Fundación CADAH, mundialmente este trastorno afecta aproximadamente al 3% de los niños y puede ser acompañado por diagnósticos como el trastorno del espectro autista, el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o trastornos de ansiedad, entre otros. 

Aunque la patóloga reconoció la posibilidad de que la condición sea combinada con otras, aclaró que el margen de error al cuantificar a esta población recae en que el también conocido como desorden de integración sensorial (DIS) puede también ser confundido con el trastorno de espectro autista, el trastorno obsesivo-compulsivo, ataques de pánico, desórdenes de atención, entre otros trastornos relacionados al desarrollo cerebral. 

En el caso del trastorno del espectro autista específicamente, reiteró que, como consecuencia de los diagnósticos erróneos provocados por la falta de estas evaluaciones, se ha provocado un sobrediagnóstico del mismo.

Mientras, la propietaria de la organización Cinco Sentidos, Sandra Carrión Aquino, cuyos esfuerzos resultaron en una alianza con la Universidad Interamericana para realizar las primeras estadísticas, según comentó en entrevista con Es Mental, concordó con la confusión que existe en el diagnóstico de este trastorno y recordó la necesidad de que el Departamento de Educación le provea talleres a sus empleados y amplíen los fondos que le otorgan al tratamiento del mismo. Concluyó que el ente gubernamental, aunque intenta ayudar a las familias ofreciendo coberturas de los tratamientos, no puede cubrir económicamente los servicios en su totalidad. 

A su vez, indicó que los planes médicos también se quedan cortos en los servicios que le ofrecen a esta comunidad, pues no costean el equipo multidisciplinario que conlleva el tratamiento, diagnóstico, evaluación, terapias alternativas, entre otros procedimientos que implica tener esta condición. 

Recalcó que los menores con este trastorno tampoco están incluidos en la medida Free and Appropriate Public Education (también conocida como la Ley IDEA), legislación que establece que los niños con discapacidades tienen el derecho a participar en un programa educativo personalizado que cubra sus necesidades particulares y que los prepare para su educación continua, empleo y vida, lo que también obstruye la asistencia que reciben.

Las señales del trastorno de procesamiento sensorial

De acuerdo a Ruiz Ruperto, tener esta condición implica que el cerebro no responde de manera adecuada a las señales. 

Esta respuesta incorrecta se puede manifestar de tres maneras distintas: que sobreresponde a los estímulos, no reaccione o que el paciente esté en búsqueda constante de estas sensaciones. 

La también propietaria del Centro Aprendiendo Juntos, organización fijada en proveer herramientas y servicios multidisciplinarios para menores con necesidad de recibir terapias o rehabilitación para el manejo de condiciones como el DIS, remarcó que un paciente con DIS puede presenciar síntomas de todas las áreas mencionadas, como puede caer dentro de una sola categoría.

Mientras, Carrión Aquino descubrió el trastorno con la vivencia del diagnóstico de su hija.

“Cuando le cantaba no me seguía con la mirada, le hacía cosquillas y no me respondía, no estaba verbalizando las palabras o frases correspondientes con su edad”, describió al recordar el caso de su hija. 

El menor puede ser muy sensible a conglomeraciones de personas, vibraciones, ruidos y luces brillantes. A cualquiera de estas situaciones el menor puede responder con un “tantrum” (berrinche), agregó Ruiz Ruperto.

Mencionó que los menores con la condición muchas veces no disfrutan que los abracen o que les hagan cosquillas, les molestan las etiquetas de la ropa, no les gusta caminar descalzos, se pueden tropezar con los objetos porque no reconocen la ubicación de los objetos, se pueden ahogar o tragar la comida sin haberla masticado.

También, puede ser que el menor coma alimentos de un solo color o una sola textura, que les provoque incomodidad lavarse los dientes o que no quiera comer por el olor. 

Carrión Aquino estableció que los menores con el trastorno se pueden desarrollar más lento que aquellos sin la condición, pues el cerebro no es capaz de interpretar ni analizar adecuadamente los estímulos de los cinco sentidos. 

Sin embargo, Ruiz Ruperto recalcó que la dificultad mayor durante las terapias o el proceso educacional del menor son las rabietas y la dificultad al concentrarse o mantenerse enfocado. 

Tratamientos disponibles

La patóloga del habla destacó que hay dos tratamientos disponibles para esta condición. Aclaró que, a pesar de que usualmente se relaciona el trastorno con el trabajo de un terapista ocupacional con el enfoque sensorial, el tratamiento también consiste en una persona de su perfil.

Mientras el terapista ocupacional se encarga de trabajar principalmente en el área del gimnasio para hacer estimulaciones sensoriales, el patólogo del habla se enfoca en el área de disfagia, trastorno que incluye ​​dificultad para tragar y tomar más tiempo y esfuerzo para mover alimentos o líquidos de la boca al estómago.

Dijo que es ideal que se reciba terapias y tratamiento desde temprana edad, pues una vez el cerebro identifique estas respuestas como patrones y los establece como conductas fijas, es más difícil superar estas conductas. 

Añadió que hay tanto pacientes que acuden al tratamiento constante para obtener una mejor calidad de vida, como hay otros que, luego de cierto progreso, son dados de alta. Sin embargo, es una condición sin cura, hasta el momento. 

Según Ruiz Ruperto, es esencial orientar a los padres sobre las necesidades del menor y cómo manejarlo adecuadamente es difícil, pues en muchos casos puede caer en negligencia o maltrato.