(Foto: Migdalia Barens /Hair&Makeup: Didi Saldaña)
Diecinueve, diecinueve, 19 libras por acá, 8.61826 kilogramos por allá…. Me caben ya algunas cosas, no estoy como globo de helio de cumpleaños. He bajado, he bajado de peso, como dirían les boricuas bestiales como yo: ¡¡¡¡¡puñetaaaaaaaa!!!!! He rebajado, estoy a ley de 10 libras, 4.53592 kilogramos, que a mi edad decorativa es mucho. Las Pupilas Amigas de ustedes que estén en el proceso de domesticar el chicho saben que cada libra o kilogramo bajado cuenta. Aunque la pesa es traicionera y por la tarde tienes una libra, dos kilos adicionales. Yo me dejo llevar por la ropa como mi amiga-hermana Palomi:donde me cabe el culo, perdón, ¡fundillo por acá! Donde me caben las voluptuosidades es que sé con certeza que estoy rebajando. Tengo unos pantalones cortos de hace mil décadas que los escondo cuando atravieso períodos de chichaje. Cuando estos pantalones cortos me sirvan otra vez, habré llegado a la meta. Confieso con humildad que me queda poco. ¡¡¡¡No lo puedo creer!!!! ¡19!8.61826. Los voy a jugar en la Lotería de Navidad.
[ Paréntesis líquido ]
Nunca he sido buena con los números, ni con los chichos. La geometría euclidiana, la de los ángulos rectos y los teoremas que se me hacían territorios extraños en la Escuela Secundaria. En serio se me olvida mi edad y no es de ahora, es de siempre. La única asignatura en la que he sacado C (que para mis parámetros era F, gracias y buenas tardes, un poco exagerado , mi yo elemental) es precisamente geometría. En toda mi nerda vida ha sido mi única C. Por no saber, no me sé ni las tablas de multiplicar, en serio que no me las aprendí. Nunca me entraron en el cerebelo por más que mi abuela Alicia me hacía cartelones y me los pegaba en todos los rincones de la casa, como Aureliano Buendía en Cien años de soledad, combatiendo el olvido.
Tampoco sé bien sumar, ni restar y menos dividir. Las calculadoras eran mi tabla de salvación. Yo estudié en una escuela de genios, mis compañeres eran extraordinaries en todo: cálculo, álgebra (horror me daba y me da), trigonometría… La Escuela Superior de la Universidad de Puerto Rico sigue siendo escuela de gente extraordinariamente inteligente.
Una compañera de mi hija se inventó un teorema, si un TEOREMA , en grado 11, una Mostrenca de un Hogar de Madre y Padre Trabajadores que la apoyaron siempre. Ahora es una mujer boricua que se la disputan universidades prestigiosas gringas. Hace dos bachilleratos, uno en Harvard y el otro en MIT, y le becan hasta los suspiros. Yo creo, o quiero creer, que le becan hasta las borracheras.! A mi ser en escuela superior, no le entraba NADA que tuviera que ver con las matemáticas. Como tampoco aprendí bien a montar en bicicleta, lo hago fatal, me da un miedo que ni te cuento. Es en serio.
Yo, que como Minotaura caribeña enfrenté el cáncer, hice un doctorado en física cuántica y teatro en plena telenovela turca post divorcio; yo que he podido afrontar tantas batallas de vida, me muero de miedo en la bicicleta y en los patines. Traté de surfear, porque soy buena nadadora, con mis Amigos Hermanos Rodríguez Salaberry de Mayagüez que eran todos surfers, en Rincón, y por poco acabo en la Isla de Mona. Lo dicho, un desastre.
Sin embargo soy buena administradora, ahorro si no hay chavos, los busco como sea, pero siempre con la calculadora cuál grillete en mi mano. Cuando descubrí los números irracionales, los espirales, las curvas, el mundo se me hizo más amable, más humano. Yo estudiaba en una escuela de genies, pero es que les profesores eran también genies. Nunca olvidaré al profesor Andrés Meléndez, quien dictaba la cátedra de matemáticas pero además del Doctorado de Matemáticas, tenía un Doctorado en Filosofía y Letras y se especializaba en Alejo Carpentier, el escritor cubano. Casi ná.
Todes, todes, estábamos enamorades de Mister Meléndez. Tenía, todavía tiene, una compañera francesa tan Mostrenca como él, y dos hijas como soles. Estábamos todes enamorades porque Andrés iba en chancletas de cuero a la escuela, usaba guayaberas, un sombrero tipo boina, comía con nosotres en el comedor escolar, le daba comida a sus hijas pequeñas y sobre todo se parecía a Sérpico,el de la serie de la televisión de finales de los 70. Yo enamorada como el resto de la humanidad , me matriculé en su clase de trigonometría. Cuando acabó la misma vió mi cara de cordero degollado y me dijo: “Carola, tú no necesitas la trigonometría, tu eres artista, una estudiante de letras, no hay nada malo en eso. Sigue tu pasión y no sufras, no cojas esta clase que no es para ti y eso no es malo”. Este Profesor a quien ahora considero mi amigo, me dio una gran lección, no hay que ser buena en TODO, no. Aceptar tus límites es una gran victoria.
[ Cierro paréntesis líquido ]
Decía que no soy buena con los números, ni con los chichos, y me explico. La mayor parte de mi vida he sido flaca, a veces flaquísima, y eso no está cool. El caso es que no puedo creer que el número 19 me fuera a dar tanta contentura en estos tiempos destinados a veces, a muchas tristezas. No he sido muy buena con los chichos, porque a veces los veía donde en realidad no existían. Cuando era maestra de Aerobic en Madrid para sobrevivir, y hacía estudios superiores en teatro y literatura a finales de los ochenta, cuando daba dos clases de aeróbicos diarias, no me daba cuenta pero tenía abdominales desde las orejas hasta el peroné.
Ahora me veo en las fotos y reconozco una belleza que en esos tiempos no veía. Hubiese querido en ese tiempo haberme puesto más minifaldas, más camisas cortitas, andar esnúa por Madrid, pero no, era una acomplejá. Podía desnudarme en el escenario en el set de cine, haciendo personajes, pero en la vida cotidiana me avergonzaba de mis curvas. Yo veo ahora a mis estudiantes asumiendo sus cuerpas diversas, sus curvas, chichos y sabrosura y me maravillo. Yo no tenía esa babilla. En estos dos últimos años tengo una libras que quiero dejar atrás porque no me jayo. La Jayaera, Pupila Extranjera que me lees, es sentirse bien y contenta con algo que hacemos, asumida. Mis doctoras me han dicho que también los medicamentos psiquiátricos que tomo tienden a hacer que las personas engorden.
En esta pandemia, como el resto de los terrícolas, me he puesto unas libras que no son mías y la jayaera desapareció. Mis Amigas Hermanas Trans me enseñaron la palabra disforia, cuando uno se ve en el espejo y no está en paz con su cuerpa. Mi Amiga Hermana Palomi me dice que además del aumento del peso, en mi vida estaban pasando unas cosas que aumentaban mi corporalidad: la enfermedad de mi Madre y de mi Padre, una relación tóxica con un hombre-silla de tres patas que gracias a mi fortalecimiento espiritual, pude sacar y despedir porque no servía ni pa’ sentarse.
Corille las relaciones tóxicas engordan como los refrescos de dieta que, aunque sean de dieta, te ponen la panza tan grande como la de nuestros Legisladores Borrachones, que son muchos. El cuerpo se inflama por las comidas procesadas, se estriñe con los malos ratos y la ansiedad, nos lleva a abrir la nevera como si fuera un abanico de mano.
Un día me levanté y ya no me servía el único pantalón que me había comprado dos tallas más grandes que mi talla habitual. Llamé a nuestra Adele Boricua, Maya Veray, cantautora,y performera divina que ya va por más de 100 libras, 45.3592 kilogramos rebajados, y me recomendó a la Dra. Maria Elena de Reunouva para que sacara a pasear la flaca, otra vez.
Cuando llegué a la Dra. María Elena, sintiéndome como el culo y le conté mis batallas de vida a través de una mascarilla llena de mocos, ella me miró con esa mirada compasiva y empática y me dijo: “Vamos a empezar este proceso de transformación desde el Amor y no desde el Odio. Porque tu esencia es bella y la etiqueta (tu peso) no tiene nada que ver con ella”. Un rayito de luz se asomó en mis chichos y empecé a quererlos aunque los estoy despidiendo poco a poco.
Pupila que me lees y quieres domesticar el chicho empieza dejando los refrescos, solo eso y verás que una semana el cuerpo inicia su proceso de desinflamación. En este proceso de Autocuido, tan nuevo para mi, he aprendido a cocinar nuevas recetas para domesticar el chicho, hago ayunos intermitentes, no tomo azúcar en el café (un logro) y por ahora no estoy comiendo carne roja. No es que no me vaya a comer un cantito de cuero de lechón, ni una morcilla porque a mi me enseñaron mis Papis lo que era la buena mesa y el buen vino. No es que no vuelva a tomarme un poco de Ron añejo solo, me gusta solo, como los viejitos que juegan dominó en las plazas y chinchorros ahora cerrados. Ahora bebo whiskey japonés, si japonés, que es divino y ¡no engorda!
Volveré a comer cordero y pasta con pesto, que me queda brutal, pero cuando la domesticación del chicho esté más avanzada. Antes de despedirme quiero compartir contigo Pupila que me lees algunos “nano tips” para domesticar con amor los chichos. Algunas cosas son raras, pero a mi me funcionan. Dejé los refrescos TODOS, y ahora tengo un romance con el agua carbonatada, el limón y el hielo. A todo le hecho limón, así adobo las proteínas que como. Estoy pegá con el apio, el celery, las zanahorias crudas y los pimientos de colores. Me los como crudos con un dip de yogurt con pepinillos y me creo que estoy comiendo popcorn. Acabo de aprender a hacer unos chips de kale, en español col rizada, que mi Amiga Hermana Tatita me enseñó por el teléfono. Saben a papitas fritas, o yo me creo que saben a papitas fritas, literal. No como después de las siete de la tarde y si me entra el monchi en la noche, lo calmo con arándanos (blueberries) y yogurt griego.
Me lavo mucho los dientes, si así como lo lees, me lavo los dientes y me creo que he comido. Poco a poco, despacito, sin prisa pero sin pausa, como nos gusta el sexo a muchas, con calma y alegría, voy despidiendo los chichos que poquito a poco se van atenuando. No aspiro a tener el cuerpo que tenía en los veinte, no quiero tener “cuerpo de tentación o cara de arrepentimiento” como dirían mi Madre y mi Abuela. Quiero volver a ponerme los Gowns bien gorgeous que tengo en el armario, y el bikini sin que me de vergüencita, pero sobre todo quiero seguir recuperando el amor por mi reflejo en el espejo. Así que seguimos Domesticando el Chicho en la Navidad con la certeza de que la belleza verdadera está en mi interior. Gracias por leerme Comunidad Afectiva les AMO. Hasta la semana que viene.
*Carola García es actriz, locutora, profesora universitaria, madre, y sobreviviente de cáncer del seno quien vive con la condición de bipolaridad y escribe semanalmente la columna Encarne… ¡Viva!.